Durante varias décadas
parecía haberse normalizado la gestión de los bienes de la Capellanía,
habiéndolos disfrutado a finales del siglo XIX el coadjutor Andrés Gómez, pasando posteriormente
a ser administrados por el párroco de la localidad quien tenía que rendir
cuentas sobre los ingresos y gastos, ya fuese por el arreglo de las fincas o de
la propia ermita. Así estuvieron las cosas hasta que la guerra del 36 vino a
trastocar la vida de tantas familias ejulvinas que, por razones muy diversas
entre las que hubo rivalidades ideológicas, enfrentamientos personales
y rencillas que venían de antiguo. Muchas fueron las víctimas que pagaron un
alto precio al desbaratarse las garantías jurídicas de la constitución
republicana y más tarde vino la persecución y la venganza sobre los perdedores. Un
desastre colectivo sin paliativos, que se ha venido arrastrando durante largas
décadas.
Foto: Francesc Saló |
El frente de Aragón se
rompió y, en el avance de las tropas golpistas hacia el Mediterráneo, el día 26
de abril entraron en nuestro pueblo, tras haberse retirado hacia Villarluengo las
tropas republicanas. Con la llegada de los “nacionales” llegó la hora de la
venganza contra los perdedores, de demostrar quién y cómo se estaba ganando la guerra,
… Se recuperó el culto religioso con todo el boato ideológico de los vencedores
y, como el templo parroquial no estaba operativo ni se disponía de los medios
para repararlo de inmediato, se decidió adecuar la ermita de San Pascual
acudiendo al repaso de las goteras, de algún que otro desperfecto y el repintado
del interior para adecentarlo y recuperar el colorido original.
Familia Calvo Terrado (años 30) |
Y es aquí donde se entrecruza
la propia historia familiar con la de San Pascual. Mis abuelos paternos,
Joaquín Calvo y Manuela Terrado vivían en la calle Horno Viejo con sus cinco
hijos pero, al final de la contienda bélica, mi abuelo se encontraba solo: mi abuela
había fallecido de muerte natural durante la guerra, mi tío Pedro Joaquín estaba
en la cárcel, mi tío Manuel también, siendo fusilado en agosto de 1941, y los
hermanos menores, Domingo (mi padre) y Pablo, cumplían, lejos de casa, un servicio
militar “reeducador” después de haber participado en la guerra al haber sido
llamados a filas por el ejército de la República.
Esta situación motivó que mi tía Dolores,
que había estado en Barcelona trabajando en el servicio doméstico, volviese a
Ejulve para estar con mi abuelo. Le acompañó su joven marido, Juan Garzón, un granadino
de Gójar que en la Ciudad Condal trabajaba como un habilidoso pintor de brocha
gorda. En Ejulve residieron un par de años y se le encargó, durante unos meses,
el pintado de las cornisas y estucos floreados del interior de San Pascual. En casa,
más de una vez he oído decir cómo muchas personas les llevaban huevos a mí tío,
para utilizarlos en la elaboración tradicional de la pintura al temple que utilizaba.
Así que, mientras una parte de la familia era represaliada por su oposición al “Movimiento”,
otra parte trabajaba adecentando la ermita de San Pascual, siguiendo los
mandatos del naciente Estado nacional-católico. Paradojas de la vida.
Juan Garzón y familia en san Pascual.1962 |
A principios de la década
de los 50 empezó la rehabilitación de Santa María la Mayor. Muchos ejulvinos
fueron a trabajar “a zofra” para limpiar lo derruido y levantar un renovado tejado
sobre una nueva estructura de madera que fue visible hasta que se
reconstruyeron las bóvedas en tiempos más recientes. Así, en 1954 se trasladaron
definitivamente las celebraciones religiosas al templo parroquial como quedó
recogido en las “Relaciones” de San Antón del año siguiente:
La construcción de
la Iglesia
ha sido una
realidad
porque ha
intercedido
nuestro San
Antonio Abad.
Nosotros se lo
pedimos
y no se pudo
negar.
(…)
De Ejulve están
descontentos
en la corte
celestial
porque con la
iglesia nueva
dejan solo a san Pascual
y nos vamos a oír
misa
al gran templo
parroquial
A partir de entonces se
volvió a la situación anterior. Se rezaba la novena, se cantaban sus populares
gozos exaltando las virtudes del Santo y se celebraba misa el día de san
Pascual. Tengo, de aquellos días, algunos
lejanos recuerdos infantiles en la plaza de la ermita con juegos como el del “zurón”
que acompañábamos con la cancioncilla: El
zurón está en mis manos/ en mis manos está el zurón/ ¿Quién dirá “chinchin?/ ¿Quién
dirá chinchón? / de mi corazón/ zurón, zurón y zurón (¿dónde está el zurón?.
Pero otra vez la
evolución de la sociedad vino a ponerse en contra y fue mucho lo que se perdió en
aquellos años. Numerosas familias emprendimos el camino de la emigración, el
pueblo se fue despoblando, se fueron perdiendo usos y costumbres y la ermita,
año tras año, se iba deteriorando. En la década de los 90 se arregló el tejado
que amenazaba ruina, pero el interior mostraba un aspecto preocupante. Nada o
muy poco se ha hecho en los últimos veinticinco años y ahora, cuando vemos las
imágenes del nuevo pavimento, pagado con dinero público, de alguna forma nos
reconciliamos con tan continuado abandono y por haber convertido al Santo
Patrón en un pobre de solemnidad. Hace unos pocos años, cuando aún creíamos que
era “el mayor propietario del pueblo” le vendieron todas las fincas que poseía
desde su fundación y queremos pensar que quien estaba capacitado para venderlas
lo hizo por motivos necesarios e imprescindibles y que presentó cumplidas
cuentas de ello, como estaba obligado. No me cabe ninguna duda.