La
Capellanía de San Pascual entre dos guerras.
En la entrega anterior
dejamos la Capellanía en pleno funcionamiento, los dos primeros capellanes la
habían administrado según lo establecido por su fundador y en las visitas
pastorales aparece como una institución plenamente consolidada y sin aparentes
problemas. Pero el XIX, fue un siglo que tampoco llegó con muy buenas trazas, con
la que se conoce como “guerra del francés” o de la Independencia que sumió a
España en años de descontrol y zozobra. Ejulve no quedó al margen del ambiente de caos generalizado, pero eso es otro tema. La cuestión
es que la Capellanía que nos ocupa salvó los papeles, aunque los capellanes propuestos
tuvieron que enfrentarse a procesos y pleitos que cuestionaban sus derechos. Nada
fuera de lo normal, si pensamos que el disfrute de las rentas generadas era un plato
apetitoso para cualquier familia que pudiese demostrar cumplir con los requisitos
establecidos por Mosén Antonio.
Entre 1816 y 1832
tuvieron la Capellanía Mosé José García y Mosén Joaquín Pascual sin que conozcamos
muy bien cuáles fueron sus méritos para estar al frente de ella aunque se supone pudieron demostrar los requisitos exigidos. Hubo una demanda por parte de
Ramón Brumós para que se le adjudicase en 1833 pero ahí parece que quedó la cosa, en un momento en el que todo el territorio se vio afectado por un nuevo conflicto que vino para arruinar vidas y haciendas hasta 1940: la
Primera Guerra Carlista. No vamos a extendernos, pero por aquí pasaron las tropas
de la reina Isabel y las del pretendiente D. Carlos, exigiendo raciones,
reprimiendo a los oponentes, combatiendo por el control de la villa donde hubo
varios enfrentamientos a tiros por la plaza y la iglesia, atrincheramientos en
Santa Ana, y el asalto a la casa del cirujano D. José Solano, …
Total, que hasta que la
cosa no quedó un poco tranquila y el conflicto armado aparentemente superado -porque
fue apareciendo intermitentemente en las décadas siguientes- no hubo una nueva solicitud
para la Capellanía de San Pascual hasta la que hizo en 1848 Mosén Pedro
Vicente, por aquel entonces capellán en Ejulve, por haber quedado vacante tras
el fallecimiento de Mosén Joaquín el 14 de diciembre de 1831. El nuevo capellán
dispuso de la Capellanía y de sus rentas hasta su muerte ocurrida el 4 de marzo
de 1854, haciéndose cargo del cobro de lo que faltaba por cobrar aquel año sus
herederos, siguiendo la tradición de “quien siembra coge”.
Los
bienes de la Capellanía objeto de codicias particulares.
Y a partir de este
momento se desató la ambición de quien tenían poder, conocimiento y trazas para
enredar y hacerse con el control de los bienes de San Pascual. La tradición
popular que es muy sabia, había ido tomando conciencia de la importancia de las
posesiones de la Capellanía y así se fue transmitiendo generación tras
generación la idea de que nuestro santo Patrón era “el mayor propietario de
pueblo” y aunque no pudiese demostrarse de una manera cierta, no falta razón a
este dicho.
Calle Santiago Ariño, con la casa de los "Juan Píos" |
No nos ha de extrañar que,
en 1854, aparezca como aspirante a gozar de la Capellanía D. Manuel Pascual y
Anglés, de 16 años, estudiante de filosofía, natural de la villa de Ejulve
quien argumentaba en su presentación que “la Capellanía nada tiene que ver con
el Capítulo”, razón de peso como veremos más adelante. A esta elección se opuso
un tal Joaquín Vicente, también de Ejulve, dando inició un nuevo proceso que
duró una década. Mientras tanto el estudiante de filosofía había crecido, tenía
otros intereses y se había casado dejando de ser un candidato válido.
Pero ¿quién el susodicho
Manuel Pascual y Anglés? Actualmente, creo no equivocarme, si digo que solo a
unas cuantas personas de una determinada edad les sonará estos apellidos, pero
la saga a la que pertenecen fue muy conocida y con una influencia, no siempre
positiva, en el devenir de nuestra intrahistoria local. El muchacho en cuestión
era hijo de D. Juan Pio Pascual, de Ejulve y Dª Miguela Angés, de Castelserás. Él
era abogado ejerciendo en Ejulve y con importantes relaciones políticas más
allá de nuestra villa´y era quien presentaba los argumentos jurídicos ante la
pretensión de su hijo.
Así aparecen los “Juan Píos”
en el control de la Capellanía, en unos momentos en que las políticas liberales
habían legislado sobre la venta de las tierras de la Iglesia para que pasasen a
ser una propiedad manos privadas. D. Juan Pio Pascual, que estaba al caso de
todo lo que se estaba gestando, conocía la legislación y, actuó… ¡vaya si lo
hizo! Con argucias legales consiguió paralizar “entreteniendo o más bien
entorpeciendo” –según sus propias palabras- el expediente de adjudicación de
las fincas a Josefa Vicente, de Alcañiz, quien parece haber demostrado tenía
derecho sobre ellas según las leyes desamortizadoras de 1841, haciendo válida aquella argumenatación de que los bienes de San Pascual no pertenecían al Capítulo Eclesiástico y, por lo tanto no eran, desamortizables.
La
gestión de Juan Pio arruinó la Capellanía.
El abogado, logró hacerse
con la administración de los bienes de San Pascual mientras duró el proceso
iniciado en 1854 y como corría el riesgo de perderla, tras la boda de su hijo
Manuel, no se anduvo con tonterías y propuso como nuevo aspirante a otro hijo,
a D. Juan Ramón… y así siguió con la administración sin control de las
propiedades de la Capellanía. No quiere decir que sus ambiciones no tuviesen alguna
oposición: en 1857 los patronos de la Capellanía (nombrados según lo
establecido en del documento fundacional) solicitaron que se les nombrase
administradores, viendo la utilización interesada del susodicho Juan Pío, que
seguía sin dar cuentas con las argucias jurídicas que tan bien conocía.
Total, que no pudieron
sacárselo de encima y así siguió con la administración, hasta que en
1882 algo cambio. El párroco de Ejulve, Mosén Miguel Sanz, seguramente muy interesado en que las rentas volvieran al seno de la parroquia, decidió enfrentarse a la situación entró en pleitos. En octubre conocemos el certificado expedido por Joaquín Pérez, primer teniente de
alcalde, donde se reconocía que D. Juan Pío Pascual y García viene poseyendo quieta y pacíficamente sin
interrupción de ningún género hace más de veinticinco años las fincas que
constituyen la Capellanía denominada San Pascual, enclavada en este término
municipal, ejerciendo actos de dominio en las expresadas fincas, un total de 51 propiedades entre tierras rústicas de secano, alguna de
regadío, una casa y un par de parideras con un valor líquido de 510 pesetas y 25
céntimos. No era una cuestión baladí que este certificado tuviese aquel tono ni que estuviese firmado por
segundo del Ayuntamiento y no por el propio alcalde, porque quien ostentaba la
alcaldía de la localidad en aquel momento era un tal D. Juan Ramón Pascual ¿les
suena el nombre?
Siguiendo con
la disputa, el 22 de diciembre de 1882 dicho párroco, Mosén
Miguel, se dirigía al Arzobispado señalando que D. Juan Pío Pascual, viudo,
poseía los bienes de la Capellanía desde 1854, sin presentar cuenta alguna y
remataba:
Conozco muy bien a fondo a dicho Sr. y no puedo menos
que decir que si sigue administrando dicha capellanía unos años más será con
gran detrimento de los intereses de la misma pues la casa que tiene no se puede
habitar en ella por estar undida, la hermita que debió ser una alaja está muy
deteriorada en la pintura y demás por haber estado en un completo abandono el
tejado cuyas maderas estan pudridas.
Para comprender mejor la intención de este poseedor
baste decir que tuvo dos hijos a quienes presentó sucesivamente para dicha
Capellanía y estos nunca tuvieron vocación ni intención de ser sacerdotes,
siguieron la carrera de abogados y se casaron, el último hace sobre unos doce o
catorce años
No hace falta comentar los argumentos del párroco ejulvino. Todo quedaba
claro. A San Pascual, por desidia o incapacidad para oponerse a las ambiciones
del Juan Pío, lo habían convertido en un pobre de solemnidad, a pesar de la
creencia popular, y todo amenazaba ruina a su alrededor. Llegó la hora en que
la decisión arzobispal quiso reconducir la situación de la Capellanía,
apartando al administrador que la había conducido al estado lamentable en la
que encontraba, nombrando un nuevo capellán en la persona de Mosén Antonio
López Rabadán quien tomó posesión el 19 de abril de 1883 las 12 y media,
acompañado por el por el párroco, el nombrado Mosén Miguel, siguiendo los
rituales establecidos: tomó asiento en el altar mayor, pasó al púlpito, subió al
coro y abrió y cerró la sacristía.
Como nuevo capellán, tal y como había dispuesto su fundador, dispuso de
sus rentas cuantificadas en unos 50 cahíces de trigo anuales, pero poco tiempo
después abandonó el puesto de capellán y el de coadjutor que compartía, hasta que,
en septiembre de 1884, al parecer por encontrarse enfermo, Mosén Antonio, pidió
al Arzobispo la renuncia a sus derechos sobre la Capellanía. Recayendo ahora
sobre Mosén Calixto Hernández ya entrado el año 1885, el último capellán del
que tenemos constancia, quien renunció poco tiempo después harto de las
presiones a las que tuvo que enfrentarse con la familia del abogado.
Finalmente, la administración de los bienes de San Pascual, recayó sobre la
Parroquia, cuidándose de ella los sucesivos párrocos de Ejulve. El siglo XX
llegó con una progresiva e imparable secularización de la vida social y una decadencia
en las instituciones parroquiales. Se salvó alguna cofradía, mantenida por los
fieles y San Pascual fue la única capellanía, de las varias que hubo en el
pueblo, que siguió mantuvo intactas sus propiedades hasta una época reciente.
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